lunes, 29 de abril de 2013
Poema en los labios.
Igual tampoco sabías que me estaba fijando en ti, que conocía cada rincón de tu cara, el lunar de tu espalda, la forma de tus ojos y el hoyuelo de tu babilla. O, por ejemplo, si sonríes, reconozco las marcas que se forman en tus mejillas, y el sonido de la risa, y la mirada que me mata.
Igual tampoco sabías, que a kilómetros, cerraba los ojos y te veía, de tanto mirarte cuando te tenía delante, o de tanto pensarte cuando ya no te tenía.
domingo, 21 de abril de 2013
Para recordar cuando lo olvide.
Pero aún quedan cosas de las que me acuerdo, cosas que escribo por si un día se me olvidan, leerlas y que de nuevo me vengan a la cabeza. Porque no puedo escribir tu voz, ni el brillo de tus ojos, eso se lo dejo al olvido, y yo me quedo con ésto.
Me quedo con tus lunares. Con los del cuello, con los de las manos, con los de la cintura.
Me quedo con las mañanas de domingo en las que toda la casa olía a café, y con los desayunos de tostadas en la terraza bajo el sol, con los rayos a través de tu pelo recogido en un moño desastroso con el que aun así te veía tan perfecta.
Me quedo con el gesto que hacías al estornudar, y ese ruidito tan gracioso.
Me quedo con tus manos llenas de lunares y tan blancas, casi siempre sujetando algún libro o acariciando mi brazo, o en el piano.
Me quedo con tu música, con tus grupos favoritos, con tus libros, con nuestras poesías preferidas, con tus películas y actores favoritos.
Me quedo con tu ropa, que lleva tu olor, que lleva a recuerdos, recuerdos que no se pueden escribir. Me quedo con tus gustos.
Me quedo hasta con las broncas, simplemente porque eran tuyas.
Me quedo con tu cuerpo, con tu cara, tus mejillas, ojos, labios y pelo.
Me quedo viéndote dormida, y despierta, y viva, y también muerta.
Me quedo con nuestros momentos, con los mejores de mi vida.
Me quedo contigo, porque ya no me quedas tú.
Sabor de beso.
viernes, 12 de abril de 2013
De no poderte.
Es como extender la mano pretendiendo coger una estrella. Impotencia.
De para qué llorar, si ya tienes la cara mojada, si no solucionas nada, sólo te debilitas más.
Y si cambias las risas por silencios, y los paseos de la mano por lluvia, y que a tu lado ya no camina nadie, miras y sólo tu sombra, y la nostalgia de pensar en qué hubo, que podría haber, que puede que haya, y le pones un rostro, una cara. No puede ser otro.
Pero tampoco puede ser ese. ¿Y qué haces entonces? Si en ese momento llegas a la conclusión de que no habrá nadie.
Qué asco.
Qué vacío.
jueves, 4 de abril de 2013
La luz de la que todos hablan.
Contaban por ahí que cuando se apagan las farolas, algo da luz. No es el ocaso, aún no ha llegado, sigue siendo de noche, pero la ciudad ya se apaga. Y aún así, hay luz. Nadie sabe de dónde viene. ¿Dónde está? No es la luna. No son estrellas... no es ese tipo de luz. Es desconocida, por eso da miedo.
Es sólo un momento.
Siempre me daba miedo, me despertaba de pequeño, pensando en la hora que era. Igual por eso me daba miedo dormir con la luz apagada.
Pero un día, el cuento se hizo historia. Y de la historia, un recuerdo. Se acababan de apagar las luces de la calle cuando salimos de aquel bar. Resaca de besos, agarrado a tu mano sin saber cómo habíamos acabado así, y sueño, mucho sueño. Pero más ganas de más, y menos de todo, pero todo de más. Y en ese momento, pensé 'no abras los ojos, es la hora de la que todos hablan...'
Pero cerraste los ojos a medida que acercabas mis labios. Y todo luz. (No hizo falta ni abrir los ojos para notar como entraba a través de los párpados, chocando en mi pupila, besándose con ella) Como un interrupor táctil, de cables en mi lengua, de labios en los míos.
Eras tú, creo, esa luz de la que todos hablan. O no, o igual eres sólo mi luz. Habrá que inventarse de dónde viene la de ellos.
Cuenta.
Uno, dos, tres...
Sálvame. Te juro que todo lo que tengo es tuyo.
Cuatro, cinco, seis...
Húyeme. Para sacarte de fuera, llevarte dentro.
Siete, ocho, nueve...
Víveme. Son tuyos los ticks y los tacks de mi corazón.
Diez.
Y... ¿Qué iba después del diez? (Después el silencio.)
Y esa relación, entre frío y silencio, todo tan inmenso, tú ahí, en una esquina... mírame, yo en el medio.
Hay un vacío que nos supera, es como una presión en el pecho, algo que te aprieta, y dicen que si respiras por la boca, notas por tus labios mi aliento.
Yo nunca lo he hecho. Yo no suspiro, no aspiro ni respiro, no floto, porque no caigo, y tampoco vuelo.
No hay alas. Las había. 'Alas de ángel', pensaba, pero, ¡y una mierda! Eran de cuervo.
Era el vértigo de coger cada curva de tu cuerpo. Si vas a ciento veinte, la cintura de setenta te sorprende de repente.
Frenazo en seco, en sexo. En tu ombligo, curva y rasante si no hay hueco.
Mira, te llama esa clavícula. Te invita a un bocado, pero de tacto, tú decides con qué darlo.
Once, doce, trece...
Dejaremos de contar cuando se apaguen las estrellas.
miércoles, 3 de abril de 2013
Dudas de dudas.
Dudas hasta de tus dudas, de mis dudas. Y por dudar, arriesgas, y pierdes. Pierdes aunque ganes, porque el tiempo se pierde, y el tiempo de dudas no es nada, sólo eso.
No voy a buscarte si te pierdes. No quiero encontrarte, la verdad. Existen mil mapas, mil destinos, mil ciudades y mil rincones. No eres París, no te robaré.
No eres la luna, "qué alta, joder", ni eres el sol. No quemas.
No serás tú.
No es más bonito, ni más feo... es simplemente, algo diferente.
Te has chocado con algo, eh, lo sé. Éste no es tu sitio. No están tus pies en las coordenadas adecuadas. No deberían tocas esas manos tu pelo. No beses, no puedes, no pertenece tu boca a esos labios.
Ya tienen dueña, ya son de otra.
Vete... hazlo. Sabes que tienes que hacerlo. ¿Pero por qué insistes?
Soy cristal roto. Y el cristal, una vez roto, aunque sea en piezas muy grandes, jamás vuelve a encajar a la perfección. Siempre habrá pequeños cachos, casi invisibles, perdidos, que harán que no encaje a la perfección. Y ya sabes qué pasa con el cristal roto. Corta, todo corta. Hasta el alma, hasta un suspiro. Hasta tus labios, lo saben las cicatrices de mi boca.
Soy cristal. Y tú, chica, eres el grito que lo rompió.
No has tenido tanta suerte.
Otra llegó antes. Y sí, pensarás que siempre fuiste tú, tú primero. Pero no... antes de tus labios fueron otros. Antes, las sábanas taparon a otra. (No eran sábanas en realidad, pero acarician igual) Antes de venir, ya había alguien.
Son esperas que desesperan. Y el tren no siempre es el primero que pasa, aunque llegues a la estación antes que nadie. En el andén no sólo llegan trenes que vienen desde tu casa.
Algo que me recuerda a ti.
Pero no la recuerdo. Porque no tiene letra, ni melodía. Nadie la canta. No tiene instrumentos, ni acordes. No es aguda, ni grave. No sé tan siquiera si es una canción.
Sólo sé que sí, que me recuerda a ti.
¿No serás tú, tal vez... esa canción?
Tal vez seas tú esa letra, esa melodía. Igual tú la cantas. O eres el piano, o la guitarra, o los acordes.
Tal vez seas tan aguda como grave. No sé tan siquiera si eres una canción.
También hay un beso que me recuerda a ti.
De tus labios (esos labios...) que son dulces y salados. Amargos, ácidos, picantes, a veces hasta llego a diferenciar los sabores de tus barras de labios... o no, o de tus labios.
Si los muerdo y me muerdes, si los junto a los míos, si mi lengua se funde con ellos, sí, justo en ese momento... Sé que ese beso me recuerda a ti.
O besos en el cuello. O besos sin luz. O besos a pleno sol, pero a ti, sólo uno, que a la vez eran varios, o no... no sé si varios, o un beso tan largo, que lo resumimos en muchos besos.
Tantos besos, que fueron uno.
Lo que no hay, son libros que me recuerden a ti.
Ni uno sólo, qué curioso. Pensaba, tal vez, nada más verte "será poesía", pero no. "O tal vez, una novela de misterio", pero tampoco. ¿Qué escondes, letras tristes?
No es falta de tinta, ni de pluma, ni de letras.
Eres musa, y poeta. Escribes donde sea, donde te dé la gana. Eres un verso infinito, o una prosa tan extensa, que en tu último libro, terminarás con la letra pequeña.
Y tan pequeña será esa letra, que pensaré, que tal vez sea una señal para darme cuenta, que nunca fuiste libro, pero había que leerte, y antes de terminarte, volver al primer capítulo.
Y escribir sobre ese verso, otro verso, con otro verso, así hasta el infinito.
Invisible.
martes, 2 de abril de 2013
Primer asalto.
No quiero límites.
No quiero aire entre nosotros, no quiero voces, ni miradas, que el tacto hable, que tu pelo escriba y tus dedos no callen.
Que nos rompamos en mil pedazos y las sábanas nos curen. Olor de besos y miradas de amor, y espera, joder, ¿notas esa caricia? ¿notas tu pierna reptando por la mía? No sé a qué sabe, tal vez sea hora de dar paso a los mordiscos. No hay luz, porque no se puede ver. Ni hay sonido, porque no se puede escuchar. Hay algo, algo especial, algo que no soy yo, y que tan siquiera eres tú.
Es como una caricia eterna, ¿la notas? Que sí, es eso, de lo que quieras hacer, que te dice que haré lo que quieras, que seré quien tú quieras.
Respira. Te ahogas, lo noto. Es un escalofrío, pero ya se va.
Es una batalla entre tu pelo y mis dedos, nosotros somos diez. Vosotros ganáis en número, yo gano por mis ganas.
Y a primera hora de la mañana, en ese segundo interminable entre la última caricia y la primera mirada, recordaremos la batalla. Sin perdedores, tú, ganadora, yo, conformista, y mis dedos en tu espalda.