Uno, dos, tres...
Sálvame. Te juro que todo lo que tengo es tuyo.
Cuatro, cinco, seis...
Húyeme. Para sacarte de fuera, llevarte dentro.
Siete, ocho, nueve...
Víveme. Son tuyos los ticks y los tacks de mi corazón.
Diez.
Y... ¿Qué iba después del diez? (Después el silencio.)
Y esa relación, entre frío y silencio, todo tan inmenso, tú ahí, en una esquina... mírame, yo en el medio.
Hay un vacío que nos supera, es como una presión en el pecho, algo que te aprieta, y dicen que si respiras por la boca, notas por tus labios mi aliento.
Yo nunca lo he hecho. Yo no suspiro, no aspiro ni respiro, no floto, porque no caigo, y tampoco vuelo.
No hay alas. Las había. 'Alas de ángel', pensaba, pero, ¡y una mierda! Eran de cuervo.
Era el vértigo de coger cada curva de tu cuerpo. Si vas a ciento veinte, la cintura de setenta te sorprende de repente.
Frenazo en seco, en sexo. En tu ombligo, curva y rasante si no hay hueco.
Mira, te llama esa clavícula. Te invita a un bocado, pero de tacto, tú decides con qué darlo.
Once, doce, trece...
Dejaremos de contar cuando se apaguen las estrellas.
jueves, 4 de abril de 2013
Cuenta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario