domingo, 21 de abril de 2013

Para recordar cuando lo olvide.

No sé describirte, porque a veces no te recuerdo. No recuerdo tu voz, no recuerdo tus abrazos, me he olvidado de muchas cosas y el tiempo no ayuda al recuerdo a permanecer ahí. No te grabé en mi cabeza, ni siquiera después de tantos años, pero supongo que es normal, que pensaba que no tendría que recordarte, que podría mirarte siempre que quisiera. Qué estúpido soy... yo que creía todo eso.
Pero aún quedan cosas de las que me acuerdo, cosas que escribo por si un día se me olvidan, leerlas y que de nuevo me vengan a la cabeza. Porque no puedo escribir tu voz, ni el brillo de tus ojos, eso se lo dejo al olvido, y yo me quedo con ésto.
Me quedo con tus lunares. Con los del cuello, con los de las manos, con los de la cintura.
Me quedo con las mañanas de domingo en las que toda la casa olía a café, y con los desayunos de tostadas en la terraza bajo el sol, con los rayos a través de tu pelo recogido en un moño desastroso con el que aun así te veía tan perfecta.
Me quedo con el gesto que hacías al estornudar, y ese ruidito tan gracioso.
Me quedo con tus manos llenas de lunares y tan blancas, casi siempre sujetando algún libro o acariciando mi brazo, o en el piano.
Me quedo con tu música, con tus grupos favoritos, con tus libros, con nuestras poesías preferidas, con tus películas y actores favoritos.
Me quedo con tu ropa, que lleva tu olor, que lleva a recuerdos, recuerdos que no se pueden escribir. Me quedo con tus gustos.
Me quedo hasta con las broncas, simplemente porque eran tuyas.
Me quedo con tu cuerpo, con tu cara, tus mejillas, ojos, labios y pelo.
Me quedo viéndote dormida, y despierta, y viva, y también muerta.
Me quedo con nuestros momentos, con los mejores de mi vida.
Me quedo contigo, porque ya no me quedas tú.

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